lunes, 14 de abril de 2008

Viajar conmigo misma



Un viaje muy significativo para mi fue aquel que realicé hacia la ciudad de Carmen de Patagones hace tan sólo unos meses. Breve viaje, cinco días apenas, marcaron un hecho particular en mi vida puesto que debí aventurarme sola por esas rutas.

El mismo surgió a través de una posibilidad en el trabajo de contactar unos clientes en esta región, junto con la idea de un viaje totalmente diferente en lo particular.

Recorrer las rutas, los paisajes, adentrarme en las montañas, y transitar por distintos pueblos, con frecuencia fueron hechos sumamente placenteros para mi, siempre y cuando me aventurase a los mismos acompañada por amigos o personas que lograsen mantener ese efecto ilusorio de familiaridad que uno parece querer encontrar cuando está lejos.

Llegué en los primeros minutos de un día que recién despertaba, sin mapas ni noción de las distancias, con horas de ocio como preámbulo de reuniones tardías que importunaban esa calma. Llegué cargada de rutinas porteñas, de ansias por encontrar contratiempos, de pasos acelerados y la agitación del eco de la ciudad.

Me encontré en cambio con un aire de ensueño que invitaba a recorrer en lugar de caminar, a mirar en lugar de ver, a conversar en lugar de emitir palabras.

Viajé así, y viajaron lejos mis malos modales " rutinizados", mis desganas de cordialidad, y me encontré con el pueblo, con su gente, sus costumbres, me encontré también conmigo, con mis mañas y virtudes. Y eso me agradó, me agradó mucho.

Simpleza, tradición, un sol cálido y aguas calmas, elementos que hicieron que la estadía raramente y al fin de cuentas resultase mas que familiar, y que me sienta verdaderamente a gusto de haber viajado " conmigo misma".

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