lunes, 21 de julio de 2008

“Aunque todo me recuerde a Walsh”

“Vinieron de lejos con sus tractores y sus canciones”
“Nueve años mas tarde enfrentan la secular desgracia del campesino japonés: no era ésta la tierra prometida”
A modo de hipótesis, Rodolfo Walsh anticipa el resultado o mejor dicho una suerte de síntesis de las tantas historias recopiladas en testimonios, con las que se encontró en el viaje que realizó junto a su compañero Pablo Alonso, a una colonia japonesa ubicada en misiones.
Repito: “una colonia japonesa ubicada en misiones”. Si señor, si señora, aunque suene a trabalenguas. A mi me suena gracioso escribirlo. Me remonta a un número de clown que vi una vez en una suerte de teatro callejero donde se presentaba a “giudita”: la única jirafa italiana, nacida en Marruecos y traída en una cajita desde Australia.
Una suerte de realidad ilógica, que en principio causa gracia, pero que en el caso de esta colonia, despierta tristeza.
En el relato, Rodolfo empieza contando el final de su viaje. Exactamente, ya el regreso del mismo a través de ésta tierra que tan bien los recibió. Y lo hace como si ya se supiese de que habla cuando esboza sus frases personalizadas, lo hace con el orgullo de quien se sabe conocedor de algo que los demás ignoran: “...me sonrío con la seriedad del niño Sinichi...”, “... y sé sin duda posible que está nombrando a yukie...”
¿Pero quién es Yukie? ¿Y Sinichi?
Personajes que uno supone, fueron significativos en su estadía en la tierra colorada, pero que recién uno confirma al terminar de leer el relato.
Yo lo leí hace aproximadamente un mes.
Mi primer sensación al leerlo fue pensar o compadecerme por esta historia, pero no fue una compasión real, sino esa que se tiene por una triste historia ficcional.
Recién un tiempo después y a medida que pasaron los días fui cayendo en la idea de que lamentablemente las líneas leídas no eran ficción sino el fiel reflejo de una triste realidad, realidad tan cercana y tan lejana a la vez para mi.
Casualmente hace una semana estuve en una convención de supermercadismo chino, y la cabeza no me paró de trabajar.
Sé claramente que China no es Japón, pero no puede evitar la relación entre estas dos culturas y pensar en el texto de Walsh.
A diferencia de las historias de japoneses narradas por el periodista, a éstos se los veía felices, arraigados por su cultura, disfrutando de shows de tango, ganando viajes a china…
Estaban en su mundo, en plena avenida Libertador, consumiendo sus comidas típicas. Eso si era la “pequeña China” dentro de Buenos Aires, recreado especialmente para ellos.
¿Será que el gobierno chino es distinto del japonés?
Los vi representando con orgullo sus pequeñas empresas y reivindicando los derechos por los precios bajos de los supermercados.
Tenían sueños, un lugar y quienes los escuchen. Mas de doscientas empresas nacionales y multinacionales, reunidas para celebrar su convención.
Un niño chino jugaba tenis virtual frente a un plasma, y una decena mas esperaba detrás su turno. Seguramente sinichi hubiese querido esperar entre ellos, pensé.
Adolescentes pasaban vistiendo sus elegantes kimonos, hablando en su idioma; éramos nosotros quienes parecíamos los extranjeros en ese teatro armado para ellos.
Glamour, lujo, inevitablemente recapacité sobre aquellas familias japonesas con sus sueños postergados, ahí en Misiones. Viviendo de la cosecha, o mejor dicho sobreviviendo. Manteniendo a pura esperanza su cultura mediante vestimenta o cantos tradicionales, rogando por la cosecha, pidiendo por un futuro, esperando que se cumpla ya desesperanzadamente el sueño prometido.
Me salí del pensamiento cuando una pequeña china, me pidió lápiz y papel para dibujar y reí cuando comprobé que me había dejado un mensaje en chino pretendiendo una respuesta, y yo claro, no entendía nada.
Salí del evento y los vi subirse a sus flamantes camionetas, regrese a mi casa y antes de subir a la autopista pase por el barrio chino de flores.
No sé que relación hay en todo esto y tampoco quiero caer en una suerte de crónica de dicho evento, pero todo lo que presencie ahí me hizo asociar hechos al texto de walsh, y pensar inevitablemente en el contraste de las dos realidades: la que había visto y la otra, la colonia abandonada a su suerte, la de aquella gente que vino llena de cosas y se fue despojando hasta de su honor.
Sueños que nacieron en la ilusión y murieron en el desarraigo y la pobreza, la necesidad y la angustia. Gente que se desprendió de su país, de su tierra y sus costumbres, para ir detrás de una promesa que sólo los hizo seguir desprendiéndose mas y más de sus cosas.
Es como si testimonio tras testimonio walsh nos hubiese expresado, gritado a sordas voces que a esta gente “les hicieron el cuento del tío”.
Mala información, mala elección en los cultivos a cosechar, una constante en cada uno de los relatos japoneses. El resultado: un pueblo que subsiste en la pobreza y con sueños de volver a su país, o a cualquier otro lugar más promisorio para su futuro.
Estas familias están hace años y sus sueños agotados lo están también.
“Aquí pocos amigos”, “...con yute hacer piola, con piola ahorcar...”, resignado humor de almas en pena.
Están también, en su minoría, los recién llegados, un año apenas en esa tierra, tiempo poco suficiente como para que mantengan sus esperanzas aún intactas. Sin embargo el sentimiento es colectivo, y esos son, desgraciadamente, tan sólo casos aislados.
Es ya al final de su relato cuando Walsh nos regala algunos fragmentos de canciones que se “desgranan en la tarde acompañadas por mágicas danzas”, tal como lo citara él.
“En las sombras iniciales de la noche flotan con punzante ironía las palabras extrañas que agradecen a la tierra la buena cosecha. Porque eso, también, parece ahora una leyenda”, concluye.
Sin mas que agregar y con el inhalado aire de compasión que respira el lector a través de estas palabras, dejo aquí mi pensamiento por un pueblo que pudo ser pero no fue, por un sueño que pudo haberse nutrido y sin embargo se incendió en las llamas del desarraigo, la pobreza y la desilusión, acaba ésta historia.
Un pueblo que apenas subsiste perdido en algún punto, un pueblo que viste kimonos en la tierra roja.

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