jueves, 15 de mayo de 2008

"Un día para esfumarme"

Independientemente del hecho de que vivo sumergida en mi propia nube de humo, de realidades indescifrables y nitideces abstractas, ese día la nebulosa era distinta, el aire era distinto.
Les digo que vivo en mi propia nube porque como les voy a contar seguidamente, ese día me levanté entre sueño y desorientación (como acostumbro), y al mirar por la ventana de mi habitación pensé que el frío había llegado muy pronto y que iba a doler ese rocío matutino típico del comienzo de otoño.
Me abrigué por demás: “pollera, bufanda y tapadito incluido”, un combo perfecto para un día de invierno; y así, después de un desayuno al paso, me fui al trabajo.
Cuadra tras cuadra me iba dando cuenta de lo desacertada de mi elección: el calor empezaba a sofocarme, tanto y más que el aire viciado.
Caí entonces en la realidad. La experiencia y las noticias en la radio me alertaban acerca de lo potenciadamente distraída y tonta (por ser sutil con la opinión que tuve de mi misma en ese momento) que puedo llegar a ser cuando el sueño todavía esta latente en mi cabeza.
El día me acompañó entonces con un insoportable calor impensado, el aire enviciado y muchos transeúntes con las caras cubiertas con lo primero que encontraban a su paso.
El microcentro era una suerte de medio oriente: la gente con sus caras tapadas y sólo las miradas al descubierto.
Llegué a la oficina y después de soportar comentarios y chistes recurrentes sobre el humo, mi vestimenta y la mar en coche tuve que ir varias veces a lavarme la cara y manos, porque la sensación de suciedad y tierra era insoportable. Horrible sensación la de “respirar hollín y llorar alquitrán”.
¿Se iría alguna vez ese humo?
Tema recurrente, comentarios de todo tipo, subtes cancelados, estado de alerta y emergencia. No había persona que no hiciera acotaciones al respecto.
Molesta y cansada, ese día mas que el humo de la ciudad me ahogaron los tantos comentarios de la gente.
Y entonces fui yo la que deseo hacerse humo.

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